La violencia física o sexual afecta a una de cada tres mujeres en el
mundo. Los datos acaban de ser publicados por un informe de la
Organización Mundial de la Salud y muestran una triste imagen de la vida
que llevamos como sociedades enfermas por el uso de la violencia de
forma cotidiana. Así, un tercio de las mujeres del mundo es víctima de
violencia por parte de sus de sus parejas, maridos o convivientes. Y 38%
de todas las mujeres víctimas de homicidio fueron ultimadas por sus
parejas.
La gravedad del problema demuestra que ya no se puede asumir como un
problema cultural o de formas de relacionamiento, la crisis es evidente e
impacta la vida de la sociedad en su conjunto. Múltiples son los
estudios que muestran que los hijos de madres que son golpeadas por sus
parejas, terminan siendo violentos o aceptando la violencia como forma
de relación. No sólo eso, la investigación académica ha demostrado
también que las mujeres víctimas de violencia en la mayoría de casos
desarrollan importantes problemas de salud mental que van desde la
depresión hasta otras patologías. Nuevamente impactando en la calidad
de vida del hogar, en la forma como se enfrenta la violencia y en los
modos de relación intrafamiliar.
La información para América Latina no es más alentadora; los niveles de
violencia contra el sexo femenino es igual al promedio mundial, con 30%
de las mujeres víctimas de violencia. Por muchos años se asumió que la
violencia al interior del hogar era una “cruz con la que se debía
avanzar” debido a la necesidad de mantener la familia, perpetuar las
relaciones de pareja o mantener el status quo. Si bien las nuevas
generaciones han traído formas distintas de convivencia, no sorprende
que aún sea la violencia lo que marca en muchas casas la cotidianidad.
Al revisar los datos sobre alcoholismo, enfermedades de transmisión
sexual y abortos, aparece la variable “violencia” al interior del hogar
como un elemento a ser estudiado. El reporte es claro: las mujeres
víctimas presentan mayores niveles de estos problemas en todo el mundo.
Otros estudios han demostrado también el costo económico de estas
situaciones, las que traen menores niveles de rendimiento entre las
mujeres víctimas (y muchas veces sus hijos) en el trabajo y la escuela,
impactando en los procesos de desarrollo social e individual de muchos
países.
Reconocer el problema y su magnitud es el primer paso para avanzar en
soluciones de largo plazo y transversales para la sociedad. Porque si
hay algo que también nos dicen los estudios es que las víctimas están en
la sociedad en su conjunto sin discriminar por edad o nivel
socioeconómico. Los datos muestran que en los países de alto nivel de
ingreso las mujeres víctimas fueron 23%, mientras que en Africa 36% y en
las Américas 29%. ¿Qué hacer? No tolerar la violencia es cuidar a
nuestras hijas. No tolerar la violencia es pensar en un futuro mejor
para la mitad de la población del mundo que se merece reconocimiento y
mejor trato. Pero en el corto plazo debemos avanzar con mejores sistemas
de atención para las mujeres abusadas y golpeadas. En muchos países,
médicos y enfermeras no están preparados para apoyar a una víctima de
violencia familiar; en demasiados casos esta falta de capacitación
aumenta el riesgo y pone en evidencia a la víctima frente a su posible
victimario.
Definir una red de apoyo clara para prevenir, controlar y enfrentar la
violencia contra las mujeres se convierte en una tarea urgente. En
muchos de nuestros países, donde el sector médico así como el de
justicia criminal está dirigido principalmente por hombres, se debe
avanzar en políticas de reconocimiento del problema y en educación para
la proactividad. La red de apoyo, sin duda, debe estar conformada por
una totalidad de mujeres que respondemos frente a la violencia que
pueden estar sufriendo otras mujeres. Ya no hay cruz que cargar ni abuso
que aguantar; en una sociedad que busca la integración, la igualdad y
la participación la violencia contra la mujer se convierte en una
cuestión social de primer orden.
Muchos países han hecho esfuerzos relevantes en esta materia, pero aún
no es suficiente. Desde todos los ámbitos se requiere potenciar las
capacidades para resolver conflictos de forma pacífica, para limitar
niveles de frustración cotidiana, para saber conversar en paz. Un área
donde la sinergia público-privada puede traer muchos beneficios, un
espacio donde la responsabilidad social corporativa puede aportar en el
diseño e implementación de programas de apoyo, de asesoría, de salud y
de capacitación para evitar la violencia y en los casos donde está
presente saber denunciarla y desarrollar capacidades para no repetirla.
Finalmente, si un tercio de las mujeres del mundo es víctima de
violencia por parte de la pareja, es evidente que un porcentaje
importante de hombres requiere de tratamiento, educación y castigo por
hechos que no son tolerables. Debatir, discutir y, sobre todo,
reconocer la transferencia generacional de estas actitudes es clave para
demostrar que finalmente cuando le pegas a tu mujer, también le pegas a
tu madre, a tu hija y a tu nieta.